miércoles, 13 de abril de 2022

13 de abril de 2022.

Delante de él, las palabras no salían de mi boca. Una mordaza invisible me frenaba  pronunciar lo que en mi cabeza llevaba años gestándose. Le dejé hablar, sin interrupciones. Su tono casi de júbilo me trastornaba. No llegaba a entender cómo se sentía tan pleno y feliz, mientras que yo anhelaba una soledad que me permitiese respirar. La ansiedad se gestaba en mi pecho, rugía anunciando una vía de escape a la que mi cuerpo no le daba cabida. Sentía que aquella habitación, los muebles e incluso su voz se expandían convirtiendo todo mi ser en un animal pequeño y asustado. 

 

Pensé en lo feliz que había sido antaño escuchándole. Su forma de paternalista de instruirme por caminos de la vida que me hubiesen gustado recorrer sola; los consejos tan alentadores me parecían ahora meros espejismos de un oasis peligroso al que no tenía ninguna intención de volver. Su ser ante mis ojos se desmoronaba en dos pedazos; el primero, compuesto por una seguridad infranqueable que lo colmaba de orgullo y valentía; y el segundo, un bicho asqueroso, semejante a un gusano, que se retorcía en el suelo con un ímpetu de tener más ganas de escapar de aquella sala que yo. 

 

Dejé que hablase, que citase a Kierkegaard, a Pizarnik, a Hesse, a Camus. Recorría la habitación con aire distraído y me miraba después de un razonamiento importante para cerciorarse de que le escuchaba. Sin embargo, sus palabras rebotaban contra mis pensamientos que servían de escudo ante una realidad que no deseaba abandonar. Ahí comprendí que, aquello que un día me obnubilaba de él, había perdido su encanto. 

 

Detestaba la forma en la que justificaba cada uno de sus actos con grandes pensadores, sin aportar ni una palabra propia. Detestaba el modo en el que conseguía embaucar a todos bajo su hechizo para producirles ceguera. Y, por encima de todo, detestaba la actitud con la que me hablaba continuamente. 

 

Cuando terminó, su mirada buscó en la mía la aprobación que tanta falta le hacía. Yo esbocé una sonrisa tímida. Acto seguido sacó pecho, se colmó de medallas y me abrazó. Correspondí sus muestras de cariño con otras de la misma especie y calidad, pero en mi interior contaba los minutos para que la función llegase a su fin. 

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